Mandarinas

Nos pusimos al sol y nuestra piel se volvió brillante y porosa como la de las mandarinas. Tenía tanto calor que al verte quise comerte para refrescarme un poco aquella tórrida tarde. Y tú te diste cuenta, quizá porque se me vio el plumero. Al final... Bueno, al final me comiste tú a mí.

¡Ay! Echo tanto de menos el día que fuimos como mandarinas que ahora me dedico a abrir los sacos buscándote entre las otras y no te encuentro. Las mandarinas acaban esparcidas por el suelo y finalmente desisto y entristezco.

De repente me doy cuenta del estropicio que he armado y sollozo irredento al no reconocerte entre las demás. Entonces, en silencio, tú llegas por detrás y me tapas los ojos y me susurras al oído. Que me sigues queriendo, dices, aunque me haya vuelto loco por ti. Me secas las lágrimas con tus dedos, me abrazas fuerte y me das un beso en la frente.

Solamente entonces me quedo tranquilo, y comienzo a acordarme de inmediato del día que nos pusimos al sol y nuestra piel se volvió brillante y porosa como la de las mandarinas. De cuando traté de comerte pero se me vio el plumero. De cuando al final me comiste tú a mí.